A
petición de muchos lectores fanáticos del libro Cuentos perversos (Colección Los Conjurados), publicamos el prólogo
y uno de los perturbadores relatos (“Misterios de Safo” de Cydno de Mitilene), que
componen esta antología integrada por textos de autores como Ovidio, Apuleyo,
Boccaccio, Sade, Lautréamont, Apollinaire, Gide…
Por Amparo Osorio*
Si la literatura puede hacer belleza de
la perversidad fundando escenarios de una lúdica fascinante como lo demuestran
los veintiséis relatos seleccionados, y ofrecer herramientas fundamentales en
el conocimiento del ser humano como lo comprobaron Freud y Jung; la colección
Los Conjurados, además de pretender una vindicación de los autores
incluidos, es un reconocimiento a la más libre imaginación humana.
El camino circunscrito en estos textos,
más allá de una idea del bien o del mal, nos abre un espacio literario que
reprimido, extraviado o escandalosamente consagrado, descifra nuestra íntima
naturaleza, acercándonos a lo que Nietzsche en su Genealogía de la moral,
denunció como esa equívoca conciencia que durante siglos hizo contemplar al
hombre con malos ojos sus inclinaciones naturales.
Separados de nuestra profundidad, fuimos
obligados a portar la máscara para tener cabida en un escenario moral
establecido; las religiones estigmatizaron el hedonismo y el gran filósofo
Epicuro fue severamente confiscado; así las sociedades castrantes inventaron
términos como diferenciación, excluyendo la posibilidad de la otredad y
del reconocimiento de aquellos seres que dirigían sus deseos hacia espacios no
establecidos por la moral en uso.
El erotismo e incluso el humor negro,
que han transitado desde siempre por complejos y secretos senderos y cuya
ceremonia íntima se ha mantenido oscilante entre Eros y Thanatos, fueron
recibiendo en el escenario de su esencia multiforme, radicales definiciones que
lindaban con el prohibido universo de la perversión.
Pero si nos pertenece el cuerpo como
nuestros placeres, si la imaginación se funda en él para obtener su pasaporte
al estallido; podríamos afirmar que el sombrío nudo de sus actos, es tal vez la
fuerza secreta, predestinada desde nuestra química galáctica.
En los relatos míticos todo era
permitido, los dioses y los héroes realizaban sus sueños y asaltos sin
restricciones, y en esa cruel fantasía se revelaba la fuerza sombría y
originaria del ser. Resulta entonces sorprendente la antimemoria del hombre en
el decurso de su historia, si leída desde el contexto testimonial de sus
inicios, recordamos nuestra procedencia exacta de una Eva incestuosa.
Por eso el arte, con sus postulados de
conciencia y denuncia, es el encargado, siempre, de abrir la puerta que nos
mostró las búsquedas y vías de la pasión humana, que tan profundamente
inquietan a la especie.
Las fiestas de la Fertilidad de la
Tierra y las bacanales celebradas en homenaje a Baco, el Perfecto
(según el verso de Whitman), han desaparecido; sin embargo asistimos al culto
del cuerpo, verdadero objeto de devoción que ha sido despojado de su
trascendencia sagrada, ahora entronizado como dios moderno, y atado a los
cánones de una moral victoriana aún imperante en el desolador inicio del
Siglo XXI.
Así la sucesiva fascinación oculta de
ese animal que somos, de ese ser que se esconde bajo los párpados, afirma
también que todos, en el más indescifrable de nuestros pliegues, somos la
confirmación exacta de Narciso, es decir: la certeza de nuestra propia e
insalvable obsesión; porque el yo es insuperable.
El recorrido de esta antología, nos
lleva por varios estadios de los temas proscritos, donde existen los más
reconocidos matices de la perversión amalgamada con el erotismo.
Apuleyo en su Asno de oro, que
podría ser un anticipo feliz de Kafka, si pensamos en su punto de vista
narrativo, devela su resplandeciente humor zoofílico, tema igualmente latente
en el cuento extraído de Las mil y una noches donde una princesa
sexualizada por un mono crea una divertida situación inolvidable.
Con Sacher-Masoch y Sade asistimos a la
violencia propuesta como un despiadado instinto territorial del placer, en un
encarnizado juego del poder sexual; donde la sangre y el castigo reinan.
Bataille desde otra orilla, en la
historia de sus jóvenes protagonistas, nos muestra la forma como éstos
convierten el ajedrez del deseo en una escena surrealista, con imágenes
provocadoras de un delicioso infantilismo.
A través de la pluma de Nabokov y
caminando entre sus destellos de humor negro, sabemos lo que le puede pasar a
un adulto cuando es pervertido por una niña libidinosa.
El Premio Nobel japonés Yasunari
Kawabata crea una situación transgresora cuando el anciano de su historia
condenado a acostarse con una joven narcotizada, intenta inútilmente rescatar
el erotismo que ha huido con sus años.
Barbusse nos deja ver por un orificio el
despertar del deseo entre una pareja de hermanos, y dentro de ese mismo espacio
incestuoso, el adolescente que protagoniza la historia de Mishima observa a su
madre haciendo el amor con un marinero, como preámbulo de una venganza que será
la recreación japonesa del mito de Edipo.
Para Genet el despiadado acto planteado
por su personaje Querella, es la forma de expiar un crimen, llevándonos en su
relato a una ejecución interior devastadora.
Anaïs Nin y Cydno de Mitilene –esta
última de existencia casi ilusoria– ven el deseo con ojos femeninos y fundan
dentro de sus literaturas crueles ceremonias.
Y como las artes plásticas también son
festejadas en este libro, el magistral dibujo de Miguel Ángel titulado: El
rapto de Ganímedes, plasma la violación del hermoso efebo a manos –mejor a
garras– del dios Júpiter convertido en águila; mientras Balthus, uno de los
artistas más controvertidos del siglo XX, recrea a una de sus niñas impúdicas
en un cuadro lleno de simbolismos, junto a un gato que bebe leche.
Dioses y hombres en el concierto del
mundo han desafiado los conductos de una razón establecida y testimoniando sus
libertades individuales han sido exiliados y proscritos.
Isidore Ducasse, Conde de
Lautréamont, considerado por los surrealistas como el genio de la rebeldía,
dentro de la más alta poesía maligna, lleva a su personaje central, Maldodor,
a hacer el amor con un tiburón hembra, en uno de los episodios más perversos y
deslumbrantes de la literatura. Hay una variedad tal de frenesí en
Lautréamont, una potencia tal de metamorfosis, que la ruptura de los instintos
se encuentra, a nuestro parecer, realizada (Bachelard).
Pero si el siglo XX trajo consigo la liberación femenina
y se extendieron y multiplicaron los estudios de sexología y psicoanálisis en
su analítico intento por descifrar esa summa de creencias, costumbres y
valores que rigen los comportamientos de la criatura humana, es posible que el
siglo XXI sea regido por los postulados de Bruckner y Finkielkraut en El
nuevo desorden amoroso, que proclaman: Unirse no debe conducir a otra
cosa que fundirse de nuevo y de mil maneras, con mil otros mundos.
Dicha idea conduciría a una nueva
comprobación en el sentido de que esas verdades develadas, o transgresiones
lúdicas –el camino a las sensaciones del goce, a partir del cual surgen grandes
interrogantes filosóficos y metafísicos que habitan en nuestra alquimia–,
continúan y seguirán constituyendo uno de los grandes y complejos equipajes del
hombre en su viaje terrenal.
Para
recorrer estos Cuentos perversos, nada sería entonces más
acertado que recordar aquel graffiti escrito en
Nanterre durante los episodios de Mayo del 68: Inventen nuevas
perversiones, ¡yo no puedo más...! y evocar la cínica frase del filósofo
rumano E. M. Cioran que colma de humor esta visión transgresora: Dichosos
Onan, Sade, Masoch... sus nombres, lo mismo que sus grandes proezas, no
envejecerán jamás.
*Poeta,
narradora y ensayista colombiana