Contra tu propia lengua
Por Gonzalo
Márquez Cristo y Amparo Osorio
El Premio Cervantes 2014, fue otorgado a una de las
más grandes voces hispanoamericanas, el maestro Juan Goytisolo, quien nació en
Barcelona, España, el 6 de enero de 1931.
La generación del medio siglo, lo ha considerado
como su más importante figura. Cultivador de los géneros de narrativa, ensayo y
memorias de viaje, ha recibido los siguientes reconocimientos: Premio Europalia
(1985), Premio Nelly Sachs (1993), Premio Octavio Paz de Literatura (2002),
Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2004), Premio
Nacional de las Letras Españolas (2008) y Premio de las Artes y las Culturas de
la Fundación Tres Culturas (2009).
Es autor de las obras narrativas: Juegos de manos
(1954), Duelo en el paraíso (1955), Para vivir aquí (1960), Paisajes
después de la batalla (1982), El sitio de los sitios (1995), Carajicomedia
(2000), Telón de boca (2003), El exiliado de aquí y de allá
(2008)... De su obra ensayística sobresalen: Problemas de la novela
(1959), España y los españoles (1979), Crónicas sarracinas (1982),
El bosque de las letras (1995), Cogitus interruptus (1999), Contra
las sagradas formas (2007) y Ensayos escogidos (2008). Entre sus
memorias y libros de viajes es imprescindible recordar: Campos de Nijar
(1954), Coto vedado (1985), En los reinos de taifa (1986), Estambul
otomano (1989), Cuaderno de Sarajevo (1993), Argelia en el
vendaval (1994), Paisajes de guerra: con Chechenia al fondo
(1996), El universo imaginario (1997), Pájaro que ensucia su propio
nido (2001), y Memorias (2002), entre otros.
Desde su visión que encarna una profunda libertad y
un indiscutible pensamiento crítico, este escritor español y uno de los más
éticos intelectuales contemporáneos, en el siguiente y riguroso diálogo que
concedió a los directores de la revista colombiana Común Presencia, exploró
desde Marrakech sus más íntimas corrientes interiores, descubriendo matices de
su controvertida obra: Carajicomedia y permitiéndonos capturar sin
artificios algunas de sus fundamentales huellas creadoras.
* * *
«Amigos Común Ausentes: Desde que murió Monique no
encuentro lugar y vivo la mayor parte del tiempo en Marruecos. He sido
extranjero en varios países y quizá donde he sentido con mayor intensidad ese
sentimiento es en mi España, pero ahora que mi esposa comienza a diluirse en el
tiránico olvido, pienso que sólo somos extranjeros cuando por un signo fatal no
estamos en la patria errante del amor», Marraquech, 26 de noviembre de 1998.
Juan Goytisolo respondió nuestra entrevista a
máquina y la envió por fax cuando los computadores ya eran de uso generalizado.
Sus respuestas estaban acompañadas por la breve y desoladora carta previa y por
un fragmento de sus memorias —aquí reproducido— que explica su destino de
grandes escisiones:
«Esto soy: Castellano en Cataluña, afrancesado en
España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesrani en Marruecos y moro
en todas partes, y no tardaría en volverme a consecuencia de mi nomadeo en ese
raro espécimen de escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a
agrupaciones y categorías».
***
—Es reconocida su marginalidad, su defensa de
causas perdidas, su permanente apuesta por lo humano. ¿Se podría llamar un
extranjero en la Tierra, un hombre siempre distante de deslumbramientos y
modas, y del común hábito de realizar concesiones al poder y a la fama —llamada
por Borges la peor incomprensión?
—Borges tenía razón: la mejor manera de no pasar de
moda es esforzándose por no estarlo nunca, por eludir el éxito. Como decían los
surrealistas: «Toda obra que triunfa corre fatalmente a su ruina».
—¿Usted propone a la memoria como el arma que
debemos esgrimir contra la amnesia impuesta por el poder?
—Hitler ordenó la quema de todos los libros judíos,
Stalin la de los burgueses-cosmopolitas, los serbios quemaron la
biblioteca de Sarajevo, e incluso, lo cual es también aterrador, hemos asistido
a la limpieza lingüística; es sabido que muchas palabras árabes utilizadas en
español fueron reemplazadas por otras de raíz latina a partir de Nebrija, y
también Hitler extirpó del alemán las de origen yidish. Entonces es nuestro
deber recordar lo suprimido por esa institución del Estado llamada amnesia,
impedir el “memoricidio”, con una ética individual que nos sitúa para
decirlo con palabras de Günter Grass, en escritores sin mandato, opuestos
a los intelectuales acomodaticios y a los representantes complacientes de las
literaturas light.
—Ha sido un nómada en diversos países, idiomas y
culturas... ¿Cómo definiría su profundo vínculo con la errancia? ¿Existe alguna
complicidad con Bowles, famoso cultor del viaje que se afincó también en
Marruecos?
—Los árboles tienen raíces y no se mueven de sitio.
Los homínidos tenemos pies y podemos caminar. Toda mi vida ha sido un
intenso viaje tanto en el plano físico como en el cultural y moral, y ese
tránsito incesante ha enriquecido mi existencia.
—¿Podría referir algunos encuentros vivenciales
con escritores que hayan sido imprescindibles para usted?
—El único encuentro con un escritor que ejerció en
mí una influencia perdurable fue Jean Genet. Esta influencia fue menos
literaria que moral. Él me enseñó a establecer una neta distinción entre la
escritura y la vida literaria, a desprenderme de mi vanidad juvenil, del
oportunismo político y del deseo de figurar en la vida parisiense para
centrarme en algo más hondo y difícil: la conquista de una expresión literaria
propia, mi autenticidad subjetiva. Sin el ejemplo de Genet no habría tenido tal
vez la fuerza moral de escribir: Don Julián, Coto vedado o mi
último libro, Carajicomedia.
—Por la coincidencia generacional y por su visión
experimental de la novela, similar a la de algunos escritores del Boom, ¿se ha
sentido un escritor latinoamericano?
—Tal vez estoy más próximo a Lezama Lima, Fuentes,
Cabrera Infante o Severo Sarduy, que a Cela o a Juan Benet. Las fronteras literarias
no se corresponden con las geográficas. No creo en las literaturas nacionales
ni en la concepción del escritor como un bien nacional. Esa es la peor
desgracia que le puede ocurrir a un artista.
—Aunque sabemos de su indiferencia, o mejor,
hostilidad, hacia los premios, ¿cómo evalúa a los escritores españoles que han
recibido el Nobel de Literatura?
—Me siento más cómodo cuando me declaran persona non
grata que cuando me premian. En el primer caso sé que tengo razón. En el
segundo, muy raro por fortuna, dudo de mí mismo.
—«Aprenderás a pensar contra tu propia lengua» es
una desmesurada propuesta de uno de los personajes de Juan sin tierra;
¿será también el sueño de someter la palabra a una catarsis recobradora de la
eficacia de sus signos?, ¿a un desprendimiento de la retórica acumulada para
llegar a la desnudez de los objetos y las ideas?
—La tradición literaria canónica crea una imagen
icónica de sí misma, una imagen incapaz de apreciar y reconocer la enorme
variedad y riqueza de su propio contenido. Por eso hay que luchar contra esta
lectura restrictiva y pensar contra el lenguaje ocupado por ella. Durante el franquismo,
por ejemplo, sufrimos la violencia del lenguaje ocupado, y me esforcé en pensar
contra él.
—Ha logrado dentro de su crítica radical a lo
propio, lo que llama la riqueza de la desidentificación? ¿La feliz anonimia, el
volver a nacer para recuperar el asombro primigenio?
—El escritor puede conocer la importancia y valor de
sus esfuerzos, pero no el resultado de ellos. La historia decide,
independientemente de él.
—Hay un torrente poético y reflexivo en su obra.
¿Cómo ha sido su relación con la poesía y la filosofía, y cuáles sus poetas
predilectos?
—No leo obras filosóficas, sólo poesía. San Juan de
la Cruz me estimula y conmueve más que cualquier tratado filosófico.
—¿La búsqueda de la originalidad desapareció?
—Solamente no tienen influencias los estúpidos y los
insensibles. Es importante elegir muy bien las fuentes, asimilarlas, entregarse
a su alquimia, hacerse digno de ellas.
—¿Cree que la mayor fuerza de la palabra radica
en su potencial erógeno?
—Sin duda. Las palabras viven, se relacionan entre
sí, copulan y mueren. La tarea del escritor es transformar las palabras
catalogadas en el museo de los diccionarios en organismos vivos y por tanto
sensuales, genéricos.
—¿Podría hacernos una aproximación a su libro Carajicomedia?
—Escribí una presentación de mi libro para la
revista Minerva y creo que es oportuno citarla aquí. Fray Bugeo
Montesino, autor de Carajicomedia —obra escrita hacia 1504 e incluida en
el Cancionero de burlas— es el seudónimo de algún fraile que compuso
este tratado contemplativo y devoto para celebrar las hazañas del
difunto carajo de don Diego Fajardo, del miembro sexual de un
eclesiástico que ejerció su apostolado en cuatro mancebías, de cuyas rentas
vivía, en recompensa por los servicios que prestó a Isabel la Católica durante
las luchas dinásticas con su hermano Enrique IV. En los primeros borradores del
libro pretendía escribir una minuciosa autobiografía sexual: la de mis andanzas
por los barrios parisienses de Barbés-Rochechouart y de la Gare du Nord. Pero
poco a poco advertí que esta acumulación de relatos sería cargante y monótona
si no introducía en ellos el lenguaje de la parodia. El yo-autor se convirtió
en un yo-narrador situado en sus antípodas: un sacerdote de la Santa Obra
entregado a una misión apostólica en los lavabos públicos, cines, baños de
vapor y hoteluchos, ese Père de Trennes, al que se refiere Jaime Gil de
Biedma en su Diario y que existió de verdad. El buen Père de Trennes
decide seguir las huellas de otro doble mío, el San Juan de
Barbès-Rochechouart. Los dos hombres santos tejen y destejen sus historias
complementarias y opuestas a lo largo de la novela y se transforman así en
émulos de Cervantes y Avellaneda, enemigos acérrimos, pero inseparables. La
autoría del libro es dudosa y múltiple y carece por lo tanto de autoridad.
Intervienen además otras voces narrativas: el criado filipino del Père de
Trennes, la seminarista de la sotana rosada, la mantis irreligiosa
M.P. Sin contar las de Jaime Gil y de Severo Sarduy. Cada una de ellas expresa
y parodia los diferentes discursos acerca del sexo: el religioso, el
socialmente correcto, el machista y el gay. A través de las sucesivas
transmigraciones de Fray Bugeo desde el siglo XV hasta hoy, Carajicomedia es
una invitación a la lectura de nuestra descuidada tradición erótica, fruto del
maridaje entre el conocimiento literario y la experiencia vital.
—¿Por qué son tan contundentes sus críticas a la
llamada postmodernidad?
—Porque al intelectual postmoderno no le conmueve el
mundo exterior y sus tragedias. Promulga un individualismo denigrante, una
indiferencia destructiva. Excluye todo aquello que no sea su presente. Pretende
con arrogancia destruir la memoria. Es esclavo de las corrientes y modas. En
lugar de medirse con los muertos riñe o se agavilla con los vivos,
desconociendo lo dicho por Bajtin: Lo que pertenece únicamente al presente
se extingue con él.