Pedro Páramo, 60 años

Debido a que esta semana se cumple el sexagésimo aniversario de la publicación de Pedro Páramo, reproducimos a continuación un fragmento del libro Pedro Páramo - Murmullos, susurros y silencios, de la autoría de Fabio Jurado Valencia, donde este destacado profesor aborda la iniciación crítica de la paradigmática novela de Juan Rulfo.  



 Pedro Páramo: Un apunte sobre la recepción de la novela

Es notable la angustia de Rulfo cuando exponía frente a los demás becarios los avances de la novela. Angustia más por sus propias dudas que por los juicios que pudiera recibir. Entre los becarios estaba el poeta Alí Chumacero, quien inicialmente elogia los fragmentos que Rulfo presenta. Parece que cuando Chumacero lee la novela ya publicada no tiene la misma impresión que cuando leyera los fragmentos. Chumacero es el primero que escribe una nota crítica sobre Pedro Páramo. La nota se publica en la Revista de la Universidad, el Nº 8, del volumen IX, de abril de 1955. La novela comenzó a distribuirse en el mes de marzo del mismo año. Es decir, un mes después de publicada, Pedro Páramo iniciaba su vida crítica, la que hoy todavía continúa.
La nota de Alí Chumacero es ambivalente: es prevenida y es elogiosa; habla del autor y habla de los textos:

Su inmediato prestigio nació de unos cuantos cuentos –sencillos algunos, complicados los menos– sobresalientes por la cualidad que ha de ser imprescindible en todo cuentista: la de «saber contar». Frases llanas, provistas de un poder afín a lo terrible y vibrando al transcurrir de argumentos desagradables, siembran esas páginas de premeditadas sorpresas aptas para asombrar incautos pero firmemente estructuradas con la tranquila desesperación de un ávido cálculo literario. Hechos insólitos, recogidos en monótonas maneras monologales, se incorporan a la literatura joven de México por medio de esa manía evocadora de Juan Rulfo. Su libro contiene el balance de varios años de aprendizaje y, con no pocas muestras, se sitúa entre los mejor logrados de nuestras últimas generaciones. (1987: 282).
«Unos cuantos cuentos», «argumentos desagradables», «(páginas) aptas para asombrar incautos», «monótonas maneras monologales», «manía evocadora», son calificativos más resonantes y más incisivos que cuando reconoce que Rulfo sabe contar y que «se sitúa entre los mejor logrados» de las últimas generaciones. No estaba muy convencido Chumacero de los alcances universales de la obra narrativa de Rulfo. Frente a la novela es demoledor. Luego de exaltar la fina construcción de personajes como Pedro Páramo, Susana San Juan y el padre Rentería, al finalizar la nota, Chumacero nos dice:
En el esquema sobre que Rulfo se basó para escribir esta novela se contiene la falla principal. Primordialmente, Pedro Páramo intenta ser una obra fantástica, pero la fantasía empieza donde lo real aún no termina. Desde el comienzo, ya el personaje que nos lleva a la relación se topa con un arriero que no existe y que le habla de personas que murieron hace mucho tiempo. Después, la llegada del muchacho al pueblo de Comala, desaparecido también, y las subsiguientes peripecias –concebidas sin delimitar los planos de los varios tiempos en que transcurren– tornan en confusión lo que debió haberse estructurado previamente cuidando de no caer en el adverso encuentro entre un estilo preponderantemente realista y una imaginación dada a lo irreal. Se advierte, entonces, una desordenada composición que no ayuda a hacer de la novela la unidad que, ante tantos ejemplos que la novelística moderna nos proporciona, se ha de exigir de una obra de esta naturaleza. Sin núcleo, sin un pasaje central en que concurran los demás, su lectura nos deja a la postre una serie de escenas hiladas solamente por el valor aislado de cada una. Mas no olvidemos, en cambio, que se trata de la primera novela de nuestro joven escritor y, dicho sea en su desquite, esos diversos elementos reafirman, con tantos momentos impresionantes, las calidades únicas de su prosa. (1987: 285).
En México ha existido la idea de que un escritor no puede serlo de una obra o de dos sino de muchos libros. Pedro Páramo es, para Chumacero, la novela de un principiante, de la cual sólo se puede rescatar el «valor aislado» de cada una de las escenas, es decir, de los fragmentos que él había conocido en el Centro Mexicano de Escritores. El crítico espera una novela que se ajuste a la estructura canónica del género: con una ordenada composición, con «núcleo» y «pasaje central». ¿Qué tanto influyó esta nota crítica para que Rulfo desistiera de «entregar» una nueva novela y que destruyera algunos borradores?. Para bien o para mal; no lo sabemos. Lo interesante es que en el mismo año, unos meses después de que Chumacero publicara su artículo, otro mexicano, Carlos Fuentes, en París, escribe una nota muy elogiosa sobre la novela de Rulfo, la que será reimpresa en el Nº 8 (1956) de la revista Mito, en Colombia.
Así, dice Fuentes, también en 1955:
Con Pedro Páramo, publicada recientemente por el Fondo de Cultura Económica en su serie «Letras Mexicanas», el joven escritor Juan Rulfo renueva y fertiliza el campo de la novelística mexicana. Esta, después de los grandes testimonios de Martín Luis Guzmán (El águila y la serpiente) y Mariano Azuela (Los de abajo), verdaderos reportajes, que alcanzan la emoción en virtud de la brutalidad y sencillez dramática de los hechos narrados, no había podido superar el carácter naturalista, exterior, de tesis, a que esas dos obras parecían condenarla. Ahora, Rulfo ha comprendido que toda gran visión de la realidad es obra, no de la copia fiel, sino de la imaginación, y, como Orozco y Tamayo en la pintura, como Octavio Paz en la poesía, ha captado los tonos de la naturaleza interna de México. (1956: 32).
Le apostó Fuentes, sin ambages, a esta novela por entonces extraña, y ganó con la apuesta; notas posteriores suyas reconfirmarán sus intuiciones al ver en Pedro Páramo la novela culminante, de ruptura, de la literatura mexicana. Y Fuentes parece responder a las observaciones agudas de Chumacero:
Esta recreación es expuesta por Rulfo mediante una alteración del tiempo que no es fortuita: ella obedece a la acumulación desordenada de la memoria mexicana, al sentido de las superviviencias, de las pugnas jamás canceladas, de las sangres derrotadas y victoriosas que se agitan en el ser de México. Y dentro de este plan de reflexivo desorden, Rulfo nos habla, en primer término, de una naturaleza que retrata un conflicto. La capacidad de recreación poética de Rulfo frente a la naturaleza es muy semejante a la de D. H. Lawrence. Como en el autor de La serpiente emplumada, en Rulfo la descripción natural no es nunca algo aparte, un descanso, sino un todo ubicuo que se integra, desde las primeras páginas en la conciencia del lector y de los personajes: «Mi pueblo, levantado sobre una llanura. Lleno de árboles y hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos». (1956: 33).

Carlos Fuentes se adelanta a las hipótesis interpretativas que la mayoría de los críticos señalarán en torno a la novela: detrás de la supuesta ilogicidad hay una coherencia que tiene que ser reconstruida por el lector; la «des-estructuración» de la novela se corresponde con la des-estructuración cultural del mundo de los mexicanos, lo que permite comprender su carácter altamente sincrético.