Publicamos a continuación dos breves textos
de Omar Martínez incluidos en el
libro Ensayistas bogotanos que recoge
creaciones de los siguientes autores: Juan
Gustavo Cobo, Mauricio Botero Montoya, Santiago Mutis Durán, Gabriel Arturo
Castro, Federico Díaz-Granados, Oscar Torres Duque, Mauricio Contreras Hernández, Gonzalo Márquez Cristo y Santiago
Espinosa.
Esta antología seleccionada y
prologada por José Chalarca, estará en circulación la primera semana de
septiembre.
¿PARA QUÉ ESCRIBIR?
Pregunta
siempre absurda, siempre sin respuesta. Desde los primeros textos literarios
hasta nuestros días podemos ver que las respuestas, las interpretaciones y los
medios han sido diferentes. Se han venido acomodando a la capacidad de crítica
y análisis, a la conciencia de los escritores. Hemos visto pasar todo tipo de
visiones sobre el significado de la literatura. Humana, social, amorosa, la
literatura ha tratado de establecer las condiciones del mundo, renovar los
límites y avances de lo humano, su definición como ser y posibilidad, como
imagen y sueño. Nunca se ha detenido.
De los dioses a la naturaleza, del hombre y sus
sentimientos, de su conciencia y valores, la literatura ha trascendido todas
las fronteras y presenta un panorama general de la humanidad. Va hacia atrás y
avanza más allá de los límites de lo racional y lo científico, descubre las
raíces y las envuelve en lo misterioso, descubre nuevas formas de contar,
explorar y dar significado a lo existente.
Es un proceso de acumulación y permanencia, de
olvido y renovación, de silencio y resignificación. Desde cualquier período
histórico o país, se han gestado ideas, visiones, historias: diversidad y
unidad, distancia y proximidad. Letra o idioma encadenados al ser, a su
presencia y significado. Es un proceso de conocer y extraer, retorno y
asimilación permanente.
Ahora, la literatura moderna se vuelca sobre sí
misma, abre los espejos que rodean al ser, lo crea, desfigura, transfigura y
desaparece. Va a su origen y lo multiplica, lo ve en el presente desnudo y va
al futuro y lo vuelve a crear. Es diferente y único. Es el fantasma y el dios.
No tiene homónimo.
Sin embargo, cada día la literatura en el mundo es
menos indispensable, se avisa sobre su pronta desaparición, es suplantada por
otros medios. Pero allí no radica el peligro, ya que es humana y puede
desaparecer, como nosotros, cualquier día, a la hora menos previsible.
El problema radica en que su función, misión,
objetivo o fin, ya sea como resultado de la inspiración, el esfuerzo, la
revelación, el sueño, la frustración o el mesianismo, la ambición o la
conciencia, se ve desvirtuado por su creador: la literatura ya no comunica al
hombre consigo mismo. O sólo entabla el diálogo con una fracción menor del
hombre.
En la acumulación de libros que nos llega, se
encuentra que la multiplicidad de obras podría reducirse, categorizarse. O que
no hay más que decir. O que somos objeto-sujeto con múltiples miradas. Que no
nos vemos. Que somos itinerantes, locales, intraducibles. Que cada letra no
tiene nombre. Que nuestro nombre explota en cada signo. Allá, sin tiempo, en
otro cuerpo. Es decir, cada cual podría hacer significativa una parte en
detrimento de otra o algunos podrían llamar literatura sólo a aquella que
corresponda a su definición o juzgar sus méritos según su interpretación. Pero,
precisamente no sabemos su resonancia real, su actualidad y pasado, su futuro.
Ficción, compromiso, evidencia, son formas de
literatura. Son múltiples y su combinación no cesa. Cada obra atrae y rechaza
sus propios elementos. No está sujeta al hombre. Sí a su capacidad de
percepción. Pero podría no ser suficiente si vemos el defecto en la obra y no
en nosotros, sus autores y responsables.
Las obras que a pesar del tiempo, de su lenguaje, de
su caracterización social o histórica, siguen conmoviendo el corazón o la
conciencia del hombre son bastantes. Pero el hombre ya no está en disposición
de reconocerse, de abrir los espacios para verse, desde afuera o desde adentro.
Son insuficientes sus espejos. Son demasiados. El hombre no quiere observarse.
Está cansado. Quiere envolverse en su seguridad y su temor. ¿Será suficiente
con que se le avise? No parece muy interesado. Además, son tantos, son tantas
las necesidades que hay que cubrir, se imponen hábitos sociales o de
convivencia que cada día nos aíslan. Los hombres son alejados de sí mismos, son
sometidos por la fuerza o el despojo, anulados en su nombre. Cada vez disponen
de su propio espacio, separado, individual. No se reconoce la necesidad de
estructurar nuevas formas de vernos.
La literatura juega a mantener el diálogo, la
posibilidad de descubrir lo otro, lo no indispensable, lo malsano. Puede que su
forma esté en duda pero lo más preocupante es que represente cada vez menos al
hombre mismo. Creer en la existencia del hombre, deforme, incompleto, puede ser
apostar por su identificación, por acompañarlo.
Entonces, tomar al lenguaje y al hombre, a la
naturaleza y la ciencia, al misterio y la realidad, tratar de re-presentarlo en
y para el hombre, sigue siendo una posibilidad. ¿El hombre quiere seguir
siéndolo, está dispuesto a verse? ¿Es insuficiente su conocimiento de sí mismo?
¿Puede volver a escribirse?
Escribir es posibilitar, añadir una letra al hombre.
Leer puede ser su reverso. ¿Ambos actos pueden ser simultáneos?
EL ACTO CREADOR
Una
obra literaria debe interrumpir el tiempo, escindir el ser, fracturar la
relación sentido-palabra. Pero, además, debe re-presentar la realidad, oponerse
a la imaginación y la trascendencia, vivir en la oposición a sí misma. ¿Cómo se
logra, cuáles son sus componentes? ¿El creador es consciente, debe dirigir su
obra o ser poseído por ella?
Ninguna obra o autor puede responder tajantemente.
En cada caso, en cada esbozo, en cada fragmento que alcanzamos a ver, coexisten
elementos contrarios, obras que sin algún grado de imperfección no nos
llegarían, obras inconclusas que mostraban la magia que les había sido dada, estructuras
que deben ser desarrolladas por otros...
En este avance y retroceso, cambio de perspectiva,
análisis y separación, disección de las obras, los planteamientos que se hagan
varían según la visión del visitante: crítico o lector, su capacidad, disposición,
puestas en juego, y lo que se ve aparentemente en cada obra. La obra se detiene
en la mirada: se vuelca sobre el ojo.
Pero el tramado invisible, bajo el que se teje la
armazón de las obras, se nos aparece pocas veces, con la fuerza y capacidad
expresiva, coherente, necesaria. ¿Por qué? Quizá por no desnivelarnos, ver, por
no sentir, por dejar que el aspecto histórico, la memoria, se superponga al
estético, imaginación, que siempre miremos de la misma manera. O tal vez porque
la obra nos presenta una faceta inescrutable: no podemos oponernos a nuestra
mirada, a la geometría aparente del ojo.
Pero también es cierto: no es nuestra función. No
requerimos hacerlo. El creador es el otro, no el lector. Aparentemente. No
definitivamente.
Algunas veces, el autor, ve de otra manera. No
directa ni conscientemente, la mayoría de las veces. Puede argüir que ve o no
ve, que sabe o no. Está dispuesto a ceder su mirada. En la obra, en sí misma,
es posible ver. Pero se requiere ver, saber que se ve.
Todo acto creador conjuga ambos aspectos, lo visible
y lo oculto, que se traslapan y suplantan continuamente. Aún sin la presencia
del autor.
Es allí, donde crear tiene sentido, en su
independencia absoluta. Podría ser resultado de un acontecer personal,
nervioso, histórico, de una decisión ineludible, un asomo de genialidad o una
reconstrucción de un sueño. No tiene límites, se presenta y desaparece, convoca
y asesina. Desbarata y congela, airea y corrompe. Hiberna sin mostrar su horror
al despertar y asalta repentinamente. No siempre es conducible o detectable.
Aún bajo este cariz aterrador, nos enaltece y
deslumbra constantemente. Es el acto donde se conjuga la posibilidad y lo
evidente. Puede trastornarnos sin percibirlo. Además, ríe en nuestras narices y
nos hace olvidarnos.
Este carácter dual que posee el acto creador y que
se refleja en su expresión, la obra en sí misma, no tiene límites y si
sobrevive a un período, puede mostrar la faz oculta de la época anterior, sus
mecanismos de defensa, su sentido histórico. También puede ser intemporal,
donde los nombres, sensaciones, pensamientos, no se alteran ni mueren.
El que crea una obra puede ser un instrumento, una
sombra encarnada, un heredero. Sin embargo, a pesar de su capacidad, decisión y
técnica, no sabe. Siempre está expuesto a desconocer. Allí está su virtud.
Podría proponerse escribir el libro único, la definición absoluta. Y lo hace.
Pero cada vez sabe menos, se pierde en su escritura. Si es consciente, cesa de
esbozar, de repetir. Si se guía por las señales que vislumbra, entonces se
acerca, trabaja, moldea, consolida. En cada paso, afirma el vacío, la
totalidad. En cada paso, retorna y no parte. Jamás se ve. Intuye su
desaparición.
Los ejemplos sobre el proceso de escribir, de lo que
ocurre con la mano que empuña la pluma, se suceden, se reproducen. Alguien
avisa sobre el peligro, indaga en la profundidad de la escritura. Sin embargo,
el tiempo también da ejemplos de seres devorados por su propia creación. Desde
el infierno o el cielo en que se convirtió su creación, vemos a los autores
enloquecidos. Son dioses en cautiverio o esclavos que rozan la libertad en cada
obra, en cada acto que genera la creación, nuevamente, sin límites y siempre
inaccesible.
El lenguaje es poder y convocación, es nacimiento de
la vocal infinita, del asombro del infante, de la correspondencia entre su sed
y la leche materna. Pero cada letra es el nombre del demonio, la posesión del
secreto no revelable. En medio del universo, alguien construye el nombre único.
Duplica, tenue o falsamente, lo Innominable.
Omar
Martínez nació en Bogotá en 1963. Su obra abarca diferentes géneros (poesía,
ensayo, cuento, novela). Ha participado en el desarrollo de diferentes
propuestas literarias colectivas y actualmente impulsa la sala de exposiciones
multitemática Laberinto Cultural. Es
autor de: Cantos de Pandora (1996); Fantasmas en ayuno (1997); Opción
invisible (1997); Ejercicios para una sombra (1998); Cuentos de
lo inefable (2003); Textos alternos (2003); Disolución de la ola (2003);
Voces en desorden (2003). Sus textos han aparecido en diversas
antologías de Colombia y Latinoamérica.